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El aburrimiento es lo que tiene. No te da para más. En una tarde veraniega de enero me dispuse a ir a dar un voltio en bici. Gretta Thunberg había puesto un tuit por la mañana quejándose de las temperaturas de Estocolmo. Pobreta, si llega a ver que había recogido la ropa del tendedero prácticamente en bolas, le da un jamacuco.
Ya en el vehículo con dos ruedas paré en la tienda de segunda mano. A ver si veía algo interesante. Justo en la puerta un pavo a toda velocidad aparcó su coche en la puerta. No diré que pasé miedo, pero no me pareció el lugar más seguro para estar en ese momento. Salió del coche negro como una exhalación y sacó una tele. Con rabia la llevó dentro y en menos que canta un gallo salió de nuevo. Se fue quemando rueda. Otra vez.
Yo no quemaba rueda, pero intentaba no perder la dirección. Como estaba más aburrido que los protagonistas de Los lunes al Sol un lunes por la mañana me fui a pegar un paseo hasta el Grau. Un poco de ejercicio nunca viene mal. En el crepúsculo ya había llegado al barrio. La chavalada estaba por los bares. Bares, ¡qué lugares!
Al llegar hasta la zona del Hotel del Golf había pasado por los restos del temporal Gloria. Así estaba todo, en la gloria. Un Árbol tan grande como un avión de los pequeños de Vueling estaba tumbado y con todas las raíces al aire. Hay alguno que no sabe ni dónde están las suyas, el árbol por lo menos había caído entero.
Al final del paseo están los típicos apartamentos con gimnasio, pista de pádel, tenis e incluso futbito. Iba sin guantes cerca del borde del mar. Eso quiere decir que tampoco hacía mucho frío. Y todo vacío. En uno de estos, bueno algo más moderno y más grande, es donde trabaja mi madre. Tanta propiedad privada y tan poco uso. En el quinto pino había más gente. No es broma, el pinar se llama así. O por lo menos hay una foto que así lo atestigua.
Recuerdo que más adelante hay un cine. En cartelera está La Inocencia y 1917. Hay alguna más, como La Trinchera Infinita. Pero me llama más ver cualquiera de las otras dos por la versión original. Es como el hentai, mejor escucharlo en japonés. La estación de bicicas no tiene espacio y tendría que volver al quinto pino a dejarla y luego ir andando. Un producto cultural que se puede consumir luego en una plataforma digital no merece tanto esfuerzo.
En la vuelta paro en el Lidl. En la puerta hay un perroflauta. Yo estoy a tope con ellos, que conste. El hombre llevaba rastas y tenía un perro. Entra una pareja. El chico que va delante se ofrece a comprarle algo.
—¿Qué quieres?— le pregunta.
—Algo de comer—, responde el perroflauta con un acento centroeuropeo.
El alemán sirve igual para acojonar a Europa que para pedir en la puerta de un súper. Es la hostia, como la que me meteré luego. Bueno, no adelantemos acontecimientos.
La música está tan bajita que casi se escucha la pena que da la gente comprando en el súper.
—Atención señores clientes, queda abierta la caja 4— dice una voz a través de la megafonía.
Me siento como si estuviera en La Isla, la peli de Ewan McGregor. Parecemos replicantes zombies andando por los pasillos. Compro un pepino, dos calabacines redondos, crema de calabaza en bote de cristal, unos plátanos, unos pistachos en bolsa compostable, un panecillo de cereales, dos cocas de espinacas y unos huevos. Antes de pasar a la caja veo a un señor con un sombrero de policía. Pero no es un madero. El sombrero es de juguete. Podría ser un boy, pero tiene menos culo que yo. Mira que lo tengo plancha. En cambio la cajera tiene más sonrisa que yo. Seguro que tendrá a alguien con quien salir de fiesta cuando acabe su jornada laboral.
Salgo. Le doy uno de los bollos con espinacas al perroflauta de la entrada. Me voy a la parte trasera a por la bici y allí está el falso poli. Con un altavoz como los que se utilizan en las batallas de gallos callejeras. Bebe cerveza. Lanza el bote a la carretera. Parece que es una autoridad que pasa de reciclar. Por un momento pienso que debo recriminarle su gesto. Pero un hombre que bebe cerveza a las siente de la tarde detrás de supermercado un sábado no necesita una reprimenda. Música. Eso que escucha sí es necesario. Amansa a las fieras. Cojo la bici y me piro.
Pienso en qué haré de cenar y qué requerirá mi atención. ¿Deporte?, ¿Una película? ¿Un vídeo porno? ¿Un programa de televisión? ¿Música? ¿Comedia? Eso me gusta mucho. El puto Broncano me hace desgañitarme. A mi amiga Nathalie, a quien se le acaba de morir su padre, le está ayudando. Siempre viene bien reírse. Sería increíble poder hacer sentir bien a la peña que lo necesite a través de los bits de internet. Un sueño.
Como si despertara después de un día de reseca, me levanto del suelo. Tengo a tres personas a mi alrededor. Una de ellas en bici y las otras dos son una pareja que ha salido a hacer la ruta del colesterol. A la entrada de la acera había un pivote. Mi mente soñadora lo había obviado y me había metido una hostia digna de campeonato. El pivote se había quedado más o menos como el árbol arrasado por Gloria. Ahora entiendo eso del cuento de la lechera o el tema de vender la piel del oso antes de matarlo. Pero claro, si yo era la osa lechera, ¿qué era el cántaro y la piel? Los huevos, mis huevos. Una bolsa de tela roja bañada por el flujo de unos huevos ecológicos recién comprados. Mi gozo en un pozo. En un día cualquiera me había ido al quinto pino y solo había conseguido que se me rompieran los huevos.