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Me desperté tras haber dormido más bien poco, solamente cinco horas. Para mí suele ser habitual dormir algo más. Si no duermo ocho no soy persona. La noche anterior me acosté tarde. Llevaba unos días nervioso. Cada vez que pensaba que se acercaba el día mi nerviosismo crecía. Es una sensación parecida a la que a uno le ocurre cuando le hacen cosquillas. Despierta en nuestro interior una mezcla entre placer y temor. Estas elecciones eran un poco así, por una parte sentía el aliento en la nuca de un tsunami que venía y con el que había podido tomar contacto, y por otro lado la esperanza de formar parte de un dique de contención que lo frenara.
Hice algo que no suelo hacer, ducharme nada mas levantarme. Suelo ser un animal de costumbres, pero era un día diferente, era un día especial. Me despedí de mi madre, como suele ser habitual, me retuvo cautivo durante unos minutos. Esta vez era para pedirme consejo sobre el voto. En los últimos días había leído tanto en portadas de periódicos como en varios artículos que las mujeres mayores de cuarenta años, de ciudades medias que trabajan en el sector servicios y con especial sensibilidad por la memoria histórica eran el grueso de la población y quienes iban a decidir el resultado final.